En un coro de aves, en la reserva natural del rio Mures, me desperté esta mañana para afrontar la nueva etapa.
No me propuse ninguna meta, ni tampoco quise fijarme un objetivo, ni siquiera uno corto. Dejé la reserva natural para entrar en la ciudad de Arad, una ciudad con historia milenaria, ya que se la ha nombrado por primera vez allá por el año 1000 AD.
Por cuan atractiva y culturalmente interesante sea esta ciudad, he preferido dejarla lo antes posible rumbo suroeste, buscando de evitar todo tipo de estrés.
El camino elegido ha sido una ruta municipal evitando la ruta provincial como así también un sendero que me aconsejara mi navegador, pero al cual ya no confío ciegamente. (véase el día de ayer)
Hice muchísimas paradas. En cada pueblo que entraba, cada almacén que paraba. Observaba y contemplaba. La amabilidad y parsimonia es mas bien característico de pueblos de provincia y en estos parajes que iba entrando, la amabilidad no hacía ninguna excepción. Luego del tercer saludo de desconocidos y un apretón da manos diciéndome alguna frase con la terminación bicicleta, a partir de este momento que mi adrenalina empezó a bajar y el sol empezó a brillar.
Las diferencias sociales y la grande pobreza que ví ayer apenas habiendo cruzado la frontera me había dejado con una incomoda sensación. Ni por temores de mi parte, por prejuicios u otros motivos, pero mas bien por eventuales prejuicios de los locales para conmigo.
Estoy acostumbrado a ser observado, que sea en Tirol, en Tigre / Buenos Aires o en Marrakesh. Pero la curiosidad de la gente local es abrumadora y sus prejuicios están a la vista. Seré un loco viajero, pero siendo de Europa seguro que lleno de dinero. Y es en mi sencillez una situación que me incomoda.
Pero bueno, visto que ya es media noche (hora local) dejo que el resto lo cuenten las fotografías del día de hoy.
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