Fue en 1220, en plena expansión del imperio mongol, cuando las huestes de Gengis Khan arrasaron la ciudad, al igual que hicieron con Merv y otras muchas ciudades-oasis de estas estepas. Curiosamente de aquella razzia que no dejaba piedra sobre piedra solo se salvó el minarete Kalon, un delicado fuste de mampostería de 47 metros de altura, levantado en 1127, tan bello y perfecto que el mismo Gengis Khan ordenó que se respetara. Aún hoy es el icono de Bujara.
Kalon hacía las funciones de alminar, pero también de faro para guiar con el fuego que se encendía en su cúpula a las caravanas del desierto cuando les sorprendía la noche o una tormenta de arena. Bujara tiene aún hoy el mismo color terroso que el desierto que la rodea. Los bazares cubiertos de cúpulas (en los que hoy ya no se venden especias ni sedas de China sino souvenir para turistas), las mezquitas con altivas fachadas de azulejos enfrentadas siempre a una madrasa y el intrincado dédalo de callejuelas del centro histórico que hoy aún vemos y que han hecho de Bujara una de las ciudades más visitadas de la ruta de la Seda, pertenecen a esa época. 2DIA 181 – Bujara, la ciudad iluminada.
Bujara fue la capital de un reino samánida, una dinastía de emires persas cuyo imperio (819-999), en su máximo apogeo, se extendía desde Mongolia a las fronteras del actual Pakistán, y que fueron grandes mecenas del arte y la literatura. Poco a poco, tras la islamización del Asia Central, Bujara se convirtió en el centro cultural y religioso de toda la región. En sus madrasas estudiaban ciencias y el corán miles de alumnos.
Dejar un comentario