Se miraba en el espejo, se acomodaba el pelo de su intacto peinado, con un ademan se desabrochaba el delantal que colgaba detrás de la puerta y con otro se alisaba la falda recién planchada. Solo luego de este ritual, que podia observar todos los fines de semana, se dirigia a la puerta a recibir a la visita para la hora del té.
Esa es mi madre, la cual con orgullo presentaba la mesa decorada, con finas porcelanas heredadas y traídas desde Europa en algún viaje.
Ese mismo orgullo tiene que haber sentido Adolent Opa la tarde de ayer, cuando me recibió en el portón de entrada de su casa. Vestía como la mayoría de las mujeres Usbecas, un colorido vestido con bordados de lentejuelas, un pañuelo floreado le protegía los cabellos y sus dientes dorados brillaban a travez de su sonrisa. Me pidió de descalzarme antes de entrar a la casa y me fue mostrando las habitaciones hasta llegar a la mía. Todas separadas por puertas o arcos, cubiertas de lienzos o telas. De seda, de brocado y algunas tal vez también sintéticas. Como es común acá, los pisos están cubiertos de hermosas alfombras, muchas de ellas hechas a mano y las paredes con empapelados florales enmarcados en sutiles bordes trabajados en yeso. Del techo colgaba un candelabro. Es la ciudad de Kattagurgan, entre Navoiy y mi penúltima ciudad del viaje. He pedaleado 90 kms hoy, y me faltan 80 para Samarcanda por lo cual la posta en esta pequeña ciudad es obligatoria. No hay hoteles ni albergues, motivo por el cual me veo obligado a preguntar al vecindario por un alojamiento privado.Es así como una señora, luego de unas llamadas telefónicas me contacta con Adolent Opa. El sufijo “Opa” es el “Doña” español, no siendo ningún titulo aristocrático pero si de reconocimiento social y usado para señoras respetables de una cierta edad.
La amabilidad Usbeca y la curiosidad por el forastero son, como en todos los otros países de carácter musulman, increíblemente destacables, pero a veces pasa de ser bendición a ser maldición. Llevo pedaleando 80 km por una ruta en mal estado atravesando siempre nuevos poblados, a lo largo del valle del río Zeravshan. Prácticamente no hay un automovilista que no me aturda con un bocinazo, ni pobladores que no me griten, chiflen o saluden. Busco un lugar tranquilo donde sentarme solo, a la sombra de un árbol, pero incesantemente ese contacto perpetuo con quienes pasan. Desearía solo pasar por desapercibido. Decido no responder mas saludo alguno y pedalear con la mirada fijando lo que pareciera ser el asfalto y respondo con un saludo y un ademan solamente a los niños.
Pues bién, habiendo encontrado esta morada y necesitado de reposo hago ingreso al patio de la casa. Son tres las generaciones que se amontonan al rededor de una cocina a gas, una a leña y una mesa. Tambien hay vecinos, representados por generaciones también. Me llenan de preguntas y sin entenderlas las voy respondiendo como un mantra. De donde soy, hace cuanto que viajo y a donde voy. Messi Messi esta vez lo digo yo, antes de tener que escucharlo decir por ellos. No cabe duda, su curiosidad y su cordialidad son extremas. Inflo mi Mapamundi para mostrarles donde queda Argentina y decido que ya no lo necesitare en el viaje así que se lo regalo a los niños.
La noticia del forastero ya pasó el umbral, así que se acercan otros vecinos para saludar o simplemente para observarme. Algunos de ellos también hacen alguna compra, ya que Adolent Opa tiene un puestito de ventas, montado sobre una mesa improvisada. Papas Fritas, golosinas, algún jugo, huevos y dos atados de cigarrillos abiertos para la venta suelta.
Me esfuerzo una vez mas a compartir cuanta historia me pidan y luego de un intermedio, amablemente me despido y pido de poder retirarme a mi aposento donde detrás de una puerta cerrada logro recostarme y dormir de un tirón hasta el día siguiente.
El día de mi ultima etapa para Samarcanda comienza con el amanecer y luego de un suculento desayuno emprendo, ya con temperaturas bastante mas frescas que denotan el arribo del otoño, mi pedaleada y lucha contra el viento hasta dicha ciudad a la cual llego al atardecer.
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